Retrato de las periferias y ausencia de ciudades
- Ignacio Ortiz
- 7 feb
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 8 feb

Sexo, engaños, sangre, violencia, tierra, animales, lentitud, aburrimiento, magia. Un conjunto de palabras que, a priori, no tienen una conexión, pero que aúna el imaginario que tiene la ciudad de Buenos Aires de la periferia, un lugar “místico” y difuso que llaman “el interior”.
La ciudad de la furia es la meca del cine argentino. Esta preponderancia en el campo lo legitima para generar un discurso donde las únicas ciudades son la Ciudad Autónoma y Mar del Plata. Una nueva forma de dicotomía de escala civilizatoria donde uno, al detentar el monopolio de la violencia legítima, construye una imagen sobre el otro. Pero esta imagen ¿es un relato fiel o sólo una construcción conveniente? ¿Qué hacen con nosotros en sus narraciones y qué dicen sobre ellos mismos?
El cine argentino más reconocido, que más circula, que más recorre festivales, que más se aplaude en las academias, suele retratar la periferia desde la urbe. Desde su posición etnocéntrica, generan construcciones estereotipadas de cómo es ese “otro”, diferente a ellos: atrasado, violento, exótico, lento y plano. Al igual que Macondo en “Cien años de Soledad", es como si viviera en una sociedad que nunca perdió su pureza, como si encontrara siempre la forma de preservar su esencia. Como ese capítulo de “Cien Años de Soledad" donde el cine llega a Macondo y la gente lloró por la muerte de un personaje, pero en la siguiente película descubrieron que todo es falso, entonces optaron por nunca volver a las salas.
Alrededor de la forma de representación de lo que es “el interior” se terminaron armando un conjunto de convenciones desde lo narrativo hasta lo atmosférico. Por ejemplo, en los típicos relatos de personajes que “regresan al pueblo”, como en “El ciudadano ilustre" (Mariano Cohn, Gastón Duprat, 2016), “La muerte no existe y el amor tampoco" (Fernando Salem, 2019) o “El otro hermano” (Adrián Caetano, 2017). Estos largometrajes encuentran una forma de expresar temporalidades contradictorias, ya que sus protagonistas regresan al pueblo a confrontar su pasado personal. Es decir que los espacios geográficos se vuelven representaciones de tiempos alternos, entonces un personaje se traslada simbólicamente al pasado y materialmente a otro lugar. Por lo que se podría entender que “En Buenos Aires radica el futuro”.
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El espacio y tiempo
No en todas las películas hechas en Buenos Aires donde se menciona o se muestra “el interior” cometen los mismos equívocos, sino que las combinan de distintas formas. Como si a los guionistas a la hora de escribir se les ofreciera un catálogo de personajes estereotipados, situaciones y temas, y así escogen como mejor les parezca.
Una idea que tienen las personas de ciudad sobre “el interior” se ve en el tratamiento del espacio. Hay únicamente cuatro tipos de biomas: el pueblo pedregoso y arenoso que rápidamente podemos detectar en “El ciudadano ilustre” o en “Las acacias” (Pablo Giorgelli, 2011); las sierras y ríos de “Los delincuentes” o “Los colonos” (Felipe Galvez, 2023); la nieve o tierras infértiles, como en “Nieve negra” (Martín Hodara, 2017), “La muerte no existe y el amor tampoco”; y los pueblos playeros, como en “Balnearios” (Mariano Llinás, 2002).
Sin embargo, lo que tienen en común todos estos espacios es la ausencia total de construcciones de más de dos pisos, donde incluso la cantidad de pisos puede describir mucho sobre los personajes. Como muestra la película “La barbarie" (Andrew Sala, 2023), donde la casa del adinerado dueño de la estancia tiene dos pisos solamente para él. Mientras que la familia que trabaja para él tiene uno solo y tres habitaciones para una familia de siete.
Entonces, “el interior”, según Buenos Aires, está inhabilitado de tener edificios, o tener casas grandes a menos que una condición clasista se dé. Esto se puede detectar en las películas que anteriormente nombré, sin embargo, la película “Los delincuentes" hace otra cosa muy interesante. La primera mitad se desarrolla en la ciudad de Buenos Aires y la otra mitad en Las Sierras de Córdoba. Este brutal contraste arquitectónico se vuelve más notorio gracias a otro elemento: la velocidad.
La fotografía tiene sus propias convenciones para mostrar la velocidad y el dinamismo. Una imagen que tiene figuras irregulares, aparte de muchos elementos, rápidamente puede percibirse como una imagen dinámica. Consecuentemente, un lugar donde haya figuras irregulares, como los edificios, autos en movimiento, personas yendo de un lado al otro, se perciben como rápidas. Este es el tratamiento que hace el director Rodrigo Moreno de la ciudad de Buenos Aires en su película. Justamente abre con un plano contrapicado del protagonista de espaldas subiendo por unas escaleras mecánicas, corta rápidamente y hace un plano contrapicado de un edificio de Buenos Aires, lentamente va sacando el zoom, muestra el gran tamaño de los edificios de la ciudad y luego vuelve a acercarnos hacia otro gran edificio, mientras escuchamos el movimiento de los autos acompañados por un bandoneón. Hay una persistencia de la verticalidad para enfatizar en el movimiento.

Por otra parte, en las sierras de Córdoba hay planos donde únicamente lo que se mueve es el río, ya que son imágenes más bien estáticas, donde los pocos personajes en escena están quietos. El gran objetivo del protagonista a lo largo de la película es conseguir la libertad personal a partir de la conquista del tiempo libre y el ocio, que sólo puede encontrar en “el interior” y que se manifiesta en los largos planos y las largas secuencias de él cabalgando, de él poniendo los pies en el río, de él jugando a la pelota con infantes. Cuyos pocos movimientos lentos son horizontales.
La percepción del tiempo llevado a las decisiones formales se perciben de esta forma, cómo el tiempo se extiende aplazando irremediablemente el corte, así como el movimiento y las texturas. El claro ejemplo de esto es, por supuesto, la obra completa del realizador Lisandro Alonso, quien se especializó en mostrar lugares que no son Buenos Aires para retratar vagabundos caminando. Como el hombre en busca de su madre en “Liverpool” (Lisandro Alonso, 2008) o el teniente buscando a su hija en “Jauja” (Lisandro Alonso, 2014).
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La razón y lo irracional
En “el interior” es donde lo imposible sucede. Donde lo impensable, tiene forma. Brunner en su artículo sobre la modernidad habló de Macondismo para referirse a una forma de recepción que tuvo América Latina de la modernidad europea: un idealismo sobre la magia dentro de los pueblos, que permanece inmutable a la llegada de los conquistadores, y que siempre resulta esquiva al entendimiento de los “racionales”.
En “el interior” hay monstruos: como el de “Muere, monstruo, muere”(Alejandro Fadel, 2018), el Rey Cangrejo(“La leyenda del Rey Cangrejo”, Matteo Zoppis y Alessio Rigo de Righi, 2021) ubicado en la punta final del continente o los zombis en “Los que vuelven”(Laura Casabé, 2019), cerca de las cataratas del Iguazú; o el mismísimo Satanás en Cuando acecha la maldad (Demian Rugna, 2023).

Porque, por supuesto, no hay monstruos en Buenos Aires como los hay en “el interior”. Lugar donde también habitan los fantasmas, como la mejor amiga de la protagonista de “La muerte no existe y el amor tampoco" o las brujas, como en “Jauja".
“El interior” es el místico lugar donde los personajes “desaparecen”, se esfuman, y a veces reaparecen en otro lugar, o no se los vuelve a encontrar. Como en “Trenque Lauquen" (Laura Citarella, 2022), en “Jauja” y en “Liverpool".
Es también el lugar donde se mueven energías, donde fuerzas cósmicas empujan a los personajes. Como en la co-producción española argentina filmada en Santiago del Estero “La estrella azul" (Javier Macipe, 2023), donde la fuerza impulsora de la Chacarera poseía a sus músicos para escribir canciones dedicadas a los espíritus.
Y los personajes más afectados por estos extraños hilos del destino son, obviamente, mujeres. Como la abuela de “Nuestros días más felices” (Sol Berruezo Pichón-Reviere, 2021) que despierta un día como una niña de diez años, como las víctimas del monstruo de “Muere, monstruo, muere”, o la aparición de una bestia en “Matar a la bestia” (Agustina San Martín, 2021).
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Civilización y barbarie
En “el interior”, todos se conocen. Todos saben todo sobre todos. Todos saben dónde viven todos, se conocen las caras, la genealogía, quién tuvo sexo con quién y hasta quién engañó a quién con quién. Y esto es algo que rápidamente se ve en las películas: como en “La Odisea de los Giles” (Sebastián Borenztein, 2019) cuando todos saben quién pudo tomar la plata del banco durante el Corralito, o cuando la historia del pueblo forma parte de los relatos escritos por el protagonista de “El ciudadano ilustre” porque él sabe todo sobre todos. Y el más conocido de todos, el típico personaje que, al volver al pueblo, se encuentra con el amor de juventud, que todos saben que fueron una pareja que no funcionó, y en el presente se vuelven a encontrar.
Otra cosa que sucede en “el interior” es la inevitable misoginia culpa de ser un pueblo “conservador”, que no conoce las ideas del “progresismo" de las urbes. Las mujeres son receptáculos de la violencia incontrolable de los hombres de los pueblos, como en “Muere, monstruo, muere”, o como en “La barbarie". Lo que me lleva a pensar en otra típica construcción que se tiene del “interior”: la violencia. En “el interior” sólo hay pueblos violentos, controlados por el crimen organizado, como en “El otro hermano", así como el abuso del poder y la traición, como en "Tiempo de Revancha"(Adolfo Aristarain, 1981). Incluso el tráfico de niños como sucede en “Una especie de familia” (Diego Lerman, 2017).

Entender que en “el interior” sólo existe la violencia, nos muestra una continuación de aquella tradición argentina que busca la dicotomía entre civilización y barbarie. Pero esta formulación se da más que nada en el encuentro entre personas de un mismo sexo. Cuando son de sexos opuestos, el fenómeno es otro. Las mujeres son meros objetos del deseo de los hombres, como la relación del protagonista de “La Barbarie" con la empleada de su padre, o quizá es el exotismo de fuera de la ciudad lo que los atrae, como en “Los delincuentes". Y eso es porque "el interior" es el lugar de las pasiones, como el crimen "pasional" del relato de la carretera en “Relatos Salvajes" o la pasión que enamora a la hija del teniente en “Jauja”, quien huye con su amante.
Pero regresando al tema de la violencia. Otro rasgo interesante que se puede detectar es, en realidad, que el ejercicio de la violencia se da justamente desde los “bárbaros” hacia los “civilizados”. Los citadinos en esa situación se convierten sólo en mártires y víctimas del pasado, de los que escaparon al proyecto moderno. Y definen de esa forma un “ellos” de un “nosotros”.
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Conclusión
La construcción que hace la Ciudad de Buenos Aires sobre el resto de Argentina son fantasías de lo que ellos desean que sea “el interior”: violento, atrasado, extraño, plano y aburrido. Reforzando estereotipos y vertebrando una imagen cultural tan poderosa, que hasta el propio interior replica en sus producciones cinematográficas.
La película "L.A plays itself", un ensayo audiovisual sobre la construcción que Hollywood hace de Los Ángeles se hace una pregunta final ¿Qué es lo que esconde en realidad esta ficción generalizadora que se hace de “los otros”? Y luego decide mostrar el cine que se hace desde la propia ciudad de Los Ángeles, mostrando la gigantesca desigualdad y a los más afectados, invisibilizados y olvidados de la sociedad: la clase trabajadora.
Y nos hace pensar ¿Qué habrá olvidado la narrativa estándar de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires del resto del país y qué será lo que quieren ocultar?

Filmografía
Killer of sheep (Charles Burnett, 1978)
Tiempo de revancha (Adolfo Aristarain, 1981)
Balnearios (Mariano Llinás, 2002)
L.A plays itself (Thom Andersen, 2003)
Liverpool (Lisandro Alonso, 2008)
Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011)
Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2014)
Jauja (Lisandro Alonso, 2014)
El ciudadano ilustre (Mariano Cohn, Gastón Duprat, 2016)
El otro hermano (Adrián Caetano, 2017)
Una especie de familia(Diego Lerman, 2017).
Muere, monstruo, muere (Alejandro Fadel, 2018)
Nieve Negra (Martín Hodara, 2018)
La muerte no existe y el amor tampoco (Fernando Salem, 2019)
Los que vuelven (Laura Casabé, 2019)
La odisea de los giles(Sebastián Borenztein, 2019)
Matar a la bestia (Agustina San Martín, 2021)
Nuestros días más felices (Sol Berruezo Pichón-Reviere, 2021)
La leyenda del rey Cangrejo (Matteo Zoppis y Alessio Rigo de Righi, 2021
Trenque Lauquen (Laura Citarella, 2022)
La barbarie (Andrew Sala, 2023)
La estrella azul (Javier Macipe, 2023)
Cuando acecha la maldad (Demian Rugna, 2023)
Los colonos (Felipe Gálvez, 2023)
Los delincuentes (Rodrigo Moreno, 2023)
Ortiz Ignacio
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