La poética del extravío
- Catalina Saavedra
- 21 feb
- 5 Min. de lectura
Notas sobre Je, tu, Il, Elle de Chantal Akerman
El primer día pinté todo de azul, el segundo todo de verde
Julie

Una mujer joven en blanco y negro cambia de lugar los muebles de su cuarto, vuelve el tiempo, extensión y manifestación de su cuerpo, como es adentro es afuera. Se recuesta, se saca la ropa, hace silencio, escribe y se queda quieta. Akerman fragmenta una soledad en pausas y nos entrega una película elusiva, un par de sintagmas en una habitación vaciada para que entremos al terreno de la obra y despleguemos los tentáculos de la interpretación, una directora que nos encuadra una espalda sobre el marco de una puerta durante tres minutos y medio para decirnos: involucrate.
Je, tu, Il, Elle, es una película dirigida y protagonizada por Chantal Akerman, escrita bajo el sol del mayo francés, estrenada en 1974. Retrata los gestos de una mujer extraviada en su propia rutina: Julie se tiende desnuda sobre una cama, escribe cartas compulsivamente, se detiene en sus espejos y se alimenta de azúcar morena.
La película cuenta con una estructura episódica no lineal, desordenada, la pérdida de su personaje principal se traduce en una elipsis, un montaje discontinuo y huecos narrativos para reconstruir el sentido.
Tres escenas sueltas:
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Julie come azúcar morena


Akerman dibuja pistas. Julie es una mujer honda, come azúcar como si con ella se tragara el tiempo. Su pérdida cardinal desdibuja la rutina propia del relato convencional en la que un personaje hace algo que ordena sus días. La acción conducente en este relato es incierta, Julie es impredecible y su creadora lo sabe, entonces a esta incertidumbre añade un tiempo de relato cuasi realista. Con planos abiertos y quietos, Akerman entrega de a pedazos una intimidad brutal y vulnerable, después desdobla la quietud, en un plano de silencios que nos obliga a sumergir nuestros conocimientos y sensibilidades en el ejercicio de la interpretación.
El cine de Akerman no solo establece un punto de enunciación, también delimita un lugar para quien lo observa. La ausencia de una narrativa convencional y la extensión de sus planos ocurren como un llamado al espectador a ser co-constructor del sentido. La película no satura la distancia entre imagen y perceptor, sino que la expone: la quietud, la repetición y la fragmentación operan como estrategias que desafían la pasividad del espectador clásico. La obra no se entrega cerrada, la obra es un campo de significación.
En su libro "La muerte del autor; El placer del texto", Barthes propone desplazar la autoridad del autor para situar al lector en el centro del proceso interpretativo. Según él, quien lee se convierte en un “escribiente”, responsable de reconstruir y resignificar el texto a partir de sus propias experiencias, conocimientos y sensibilidades. También Terry Eagleton dice al respecto lo siguiente: literatura puede referirse, en todo caso, tanto a lo que la gente hace con lo escrito como a lo que lo escrito hace con la gente.
Akerman escribe una escena y deja una parte del texto en blanco, no nos pregunta, no lo sugiere, es categórica: pone una mujer en el suelo de una habitación comiendo azúcar con su mano, usa un plano fijo, cerrado y frontal y crea la fotografía del aislamiento, el ritmo de la monotonía. Insiste y coloca la cámara en un plano medio, nos obliga a mirar hasta que ver se vuelva otra cosa, algo dentro de nosotros.
En el tiempo dilatado y la repetición hipnótica del gesto, parece que nada ocurre y en efecto, no sucederá nada, ni un solo giro inesperado, porque el tiempo de muerte en pantalla es tiempo vivo del escribiente.
II
El perfil de un hombre

Ahora la mujer viaja en el camión de un hombre que se narra a sí mismo como quien acostumbra escucharse, dice cosas sueltas e inconexas, como algunos recuerdos o confesiones masculinas de época que desmantela sus modos sexistas de vivir. El punto de vista es la mirada de Julie.

Un rostro enmarcado por el volante y la ventanilla cuya historia no tiene la densidad de un relato cerrado, sino más bien algo que se disuelve. Él dice, ella escucha. Los roles de género aparecen sin eufemismos.
Julie no interrumpe. Su presencia, como la nuestra, es un espacio en blanco dentro de la conversación, un silencio que no hace preguntas. Ella se comporta como si lo que el hombre dice importara menos que el hecho de que lo diga. Su voz ahora llena la cabina del camión de la misma manera en que el azúcar llenaba la boca de Julie.
El plano insiste en su fijeza, el paisaje que apenas se modifica. El tiempo, nuevamente, se estira. No sabemos los nombres de los lugares donde se detienen, tampoco sabemos a dónde van. En este viaje, la narración no avanza, se sostiene.
III
Cuerpos como textos
No hay preludios, la espera termina en otra mujer. Julie es quien da las órdenes, lo que en la escena anterior fue sumisión al tiempo del otro, aquí es imposición de su propio tiempo, como una simetría rota.
Entonces el ritmo narrativo toma otra velocidad, ahora los cuerpos se tensan por el deseo, Julie es amante. Los cuerpos forman una escena donde el afecto y la violencia se confunden, la ternura no se separa de la urgencia y el contacto es, al mismo tiempo, atracción y repulsión.
La directora retrata el encuentro como si fuese un reclamo, lo que se atrae, al mismo tiempo, se resiste. No hay música, el único sonido son los cuerpos y sus respiraciones entrecortadas, acercandose y alejandose del plano. Il, Je, tu, elle, nos deja sin alivios narrativos, sin cortes para apartar la mirada. Nos obliga a habitar aquello que no se resuelve, que no se traduce en ninguna certeza.

Akerman y retrato del extravío
En Je, tu, il, elle, el extravío no es un accidente ni un punto de partida hacia la resolución de un conflicto, sino una forma de habitar el tiempo y la imagen. Akerman despoja la narración de cualquier estructura causal que brinde certezas, prolonga el gesto, detiene la mirada y nos instala en un espacio donde la ausencia de sentido es una experiencia tangible. La película no solo representa el extravío existencial, sino que lo performa, lo vuelve condición ineludible de su discurso.
En el cine de Akerman se desplaza el centro de significación desde la autora al lector, la mirada del espectador no es pasiva, es constitutiva. Como señala Eagleton, la obra no es solo aquello que está escrito o filmado, sino también el diálogo que establecemos en esos espacios y vacíos propuestos.
Una estampa del extravío y una experiencia que nos hace habitarlo. La mujer alimenta de reflexiones y azúcar su soledad, un hombre que se narra a sí mismo en la cabina de un camión, el encuentro de dos que se resisten y se entregan sin mediaciones, el modo del relato. Todo en la película se configura como un mapa de lo incierto, sin destino claro, sin indicaciones preestablecidas. Akerman nos deja en la intemperie del significado, exigiéndonos ser cómplices de la construcción de sentido. En ese abandono, en esa falta de asideros, Je, tu, il, elle hace de la pérdida un espejo y nos vuelve parte de su deriva.
Por Catalina Saavedra
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