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Picado fino: La vanguardia es así

  • Florencia Roncayoli
  • 6 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 3 ene





Picado fino (1996) de Esteban Sapir se proyectó en el 38º Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata (2023) junto con La antena (2007). Hasta ese año desconocía la existencia del director, que al día de la fecha cuenta con dos largometrajes filmados con once años de diferencia entre ellos. En una entrevista que le hizo Santiago Garat, en el marco del festival (para La Izquierda Diario), Sapir expresó su fanatismo por David Lynch y Yorgos Lanthimos, y adelantó su próximo proyecto: un musical que tiene que ver con una historia de amor.




Desde sus inicios queda en evidencia el interés del director por las películas de vanguardia, que incluso lo ha hecho explícito en un diálogo con Sergio Wolf para la revista Film. Esto ha llevado a Picado fino a ser lo que es: una película casera, en blanco y negro, filmada por un veinteañero en la convulsionada Argentina de los años noventa. La intensidad y la violencia del montaje, junto al sonido llamativamente sampleado, son protagonistas desde el minuto cero en los créditos iniciales. Estos son algunos de los elementos que hacen que inevitablemente sea una cinta que quede impregnada en la mente del espectador. 


La historia es simple: Tomás, un pibe con una estética que recuerda a Sid Vicious, desempleado y viviendo en una casa con toda su familia, se entera de que su novia, Ana, está embarazada. Para enfrentar su nueva vida empieza a buscar trabajo y termina vendiendo droga por influencia de Alma, una chica que conoce en un pub y con la que comienza un amorío secreto. Se puede notar que la película es de escaso presupuesto, y que la mayoría de las personas del casting no son actores (o al menos no lo eran en su momento). De hecho, Sapir cuenta en distintas oportunidades que el dinero destinado a la filmación lo obtuvo trabajando como camarógrafo, y director de fotografía, y que terminó filmando picado fino en la casa de su abuela. De alguna manera, el artificio está fuertemente vinculado con sus propias limitaciones. Como por ejemplo, la imposibilidad de alquilar un carro de travelling, y acceder a distintas locaciones, lo que hizo que la historia se cuente a través de planos cortos y fijos. Picado fino es la prueba de que el afán de crear puede brotar la estética y, 28 años después, surge la pregunta: ¿alguna vez la autogestión dejó de ser la única forma de comenzar a hacer cine?



La ópera prima de Sapir, llamada por él mismo un “ensayo”, da lugar en la pantalla a una juventud más cerca del no-future que al de una con la esperanza del progreso. Con una propuesta estética innovadora, el director se sale de las líneas y se vuelve precursor de un nuevo cine argentino (los 90). La naturaleza de la película radica en el montaje vanguardista, que puede llegar a remitir a Ballet mécanique (1924), cortometraje cubista que, como es propio del movimiento, juega con las formas, los recortes de las imágenes, los planos y las yuxtaposiciones. 


En Picado fino observamos también diversas partes del cuerpo, fragmentos de objetos, planos detalles, imágenes que remiten a videojuegos y al cine mudo; además podemos ver un tempo acelerado, saltos de continuidad, cabezas cortadas, ojos enormes; huevos, tortuga, reloj, tortuga, oxímoron, tortuga, alarma, explosión, James Joyce. Así se construye una cinta a punto de reventar, un poema experimental escrito en cada imagen, que se ubica en un registro humorístico tomando figuras literarias tales como la metáfora, el hipérbaton, la anáfora y la hipérbole. Los ruidos sin descanso, las agujas, los noticieros, la televisión, el teléfono y los sonidos gamers utilizados como principio, nudo y desenlace son una constante en la narración. Los diálogos, casi monólogos, suelen repetirse como versos recitados donde nadie habla con nadie. La imagen y el sonido se fusionan generando otra imagen, que se desprende rápidamente de la anterior, ya pensando en volar hacia el futuro: la semiosis es ilimitada. La monotonía y la rutina. Lo frenético de empezar el día, de atravesarlo, y de terminarlo en una Buenos Aires más revuelta y ambigua que nunca: “acá igual, siempre igual”. 


A cuatro meses de haberla visto por primera vez, hice un segundo visionado en 16 mm en una de las funciones del Cineclub Dynamo de Mar del Plata. La proyección en formato fílmico, préstamo de Fernando Martín Peña, aporta la textura que refleja su origen. Y sin esperarlo, volvió a sorprenderme, más vigente que nunca: "Como están las cosas parece que el mundo va a reventar mañana mismo".


Florencia Roncayoli


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