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La cuestión fantasmal

  • Pedro Zelarayán
  • 3 ene
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 8 ene




El pasado es un planeta extraño

Mark Fischer





La muerte no existe y el amor tampoco


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La ontología es la rama de la filosofía que estudia lo que es propio del ser, lo que hace al ser propio de sí, y marca su existencia. Y así se puede definir lo ontológico como el estudio de lo que existe. Ahora bien, el concepto que se espeja de lo ontológico es la hauntología, término acuñado por Jacques Derrida en su libro “Los espectros de Marx” para intentar definir todo aquel conjunto de invisibilidades que influyen en lo real, tanto de los muertos, como de los que aún no han nacido. Para responder las preguntas ¿Qué es un fantasma? ¿Cuáles son aquellas acciones que influyen a que el espectro, aunque inactivo y virtual, tenga efectividad en lo material? Jacques Derrida revisita el manifiesto comunista de Marx y Engels, y Hamlet, de William Shakespeare. Cita aquellas famosas primeras líneas del manifiesto: un fantasma ronda por Europa: el fantasma del Comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han confabulado en santa jauría contra este fantasma.  Y las lineas The time is out of joint, el tiempo está fuera de quicio, exclamación de Hamlet al final del acto primero, después de su encuentro con el fantasma de su padre, y desde este punto, es donde Derrida analiza al fantasma como una forma del tiempo que se ha desencajado, desquiciado (the time is out of joint). Esta declaración tiene una característica convocatoria en el espectro del rey de Dinamarca, ya que el espectro, el fantasma, es siempre un invocado.

Por lo tanto, si el objeto de estudio de la ontología es lo que existe, la hauntología se encarga de estudiar aquello que no existe y cómo aquello que no existe tiene injerencia en lo que existe. En su libro “Los fantasmas de mi vida”, Mark Fisher la define así: "Hauntología" era sucesor de otras nociones previas de Derrida, como "la huella" y "la différance", y cómo esos términos tempranos, refería al hecho de que nada goza de una existencia puramente positiva. Todo lo que existe es posible únicamente sobre la base de una serie de ausencias, que lo preceden, lo rodean y le permiten poseer consistencia e inteligibilidad.



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¿Cuál es el evento que engendra al fantasma? Aunque la película "La muerte no existe y el amor tampoco" no nos proponga lo fantasmal desde lo esotérico, en la primera mitad se puede entender lo que el director quiere decir: la muerte no existe. Esta declaración hauntología aparece cuando vemos por primera vez la espalda del fantasma durmiendo en la cucheta. Como si Fernando Salem intentara decir, a través de esta primera aparición, que la existencia no se percibe de forma absoluta desde lo físico, sino que también desde la conciencia, desde la memoria.



La muerte no existe y el amor tampoco

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Tanto en el libro "Agosto" de Romina Paula, como en la adaptación de Fernando Salem, todo empieza de la misma manera: Emilia vuelve a Esquel, su ciudad natal. Interrumpe su vida en Buenos Aires para asistir a la ceremonia de exhumación de su amiga Andrea, ya que el padre de Andrea la cita en un bar para informarle lo que pasará, lo que ellos ya decidieron hacer con su cuerpo, y aprovecha la oportunidad para invitarla a Esquel y que pase unos días en la casa de ellos. Emilia acepta.



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El mundo que ella dejó en Esquel ya no existe. El desconcierto de Emilia no solo se origina en el reencuentro con su ex, Julián, o en la ausencia absoluta de Andrea, si no que su desazón también es epocal, como demuestra uno de los últimos capítulos de "Agosto": son los noventa, sos vos. Adolescentes en los noventa, el siglo veinte nos descarta. Así que los noventa con algo de los ochenta, el rebote tal vez, es lo que nos constituye. Y de los dos mil o el dos mil, nunca sé cómo se dice, supongo que los dos mil porque él sería el año dos mil, así que de los dos mil vos, casi nada, apenas llegaste.

En "Agosto", Emilia realiza catarsis a través de los consumos culturales de las masas. Buscando ciertas certezas de qué debería hacer o sobre todo: en dónde está parada. El soliloquio en "Agosto" es constante e interiormente asfixiante. Todo es su voz. Emilia vive el cambio del milenio y la nostalgia por una vida que tuvo alguna vez cuando era adolescente. Una vida que ya no existe y en la que ya no parece quedar nadie para atestiguar junto a ella esa existencia. Esa vida con su amiga Andrea escuchando "Babasonicos", "Counting Crows" y viendo películas de Winona Ryder hasta gastar los VHS. Emilia hace énfasis en esas famosas líneas de "Reality Bites", que dice Ben, el personaje interpretado por Ethan Hawke: you and me and coffee and cigarettes, anhelando esa forma de vida que tenía, como si hubiera sido un pasado más simple. Al escarbar en estos consumos culturales que tenía con Andrea, Emilia no solo siente un abandono irremediable de parte de su amiga, si no que también de su época.



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En la escena que Emilia entra en la habitación de Andrea, una cierta familiaridad en sus gestos muestra que ella creció y pasó la mayor parte de su juventud en esa casa, en esa pieza, mucho más tiempo que en la casa de su infancia. Quizá este sea el momento en que se engendra el fantasma de Andrea en Emilia. Volver a Esquel. Encontrarse con su vida de antes allí. Entrar en ese cuarto.

Las apariciones de Andrea son esporádicas, no tienen consecuencia en lo que pasa en la película. No habla nunca y sólo se comunica con Emilia a través de gestos o miradas. La acompaña en su auto; en el bosque; cuando están viendo grabaciones viejas; en la fábrica abandonada en la periferia del pueblo. Andrea derrocha una vitalidad juvenil, como si ella fuera la viva y Emilia la muerta. En ambas, las emociones parecen espejarse. En una se ve lo que la otra quiere expresar y no puede, y si ve a la otra ser consecuente con esa expresión. Como en la escena de la cucheta dónde Emilia duerme y se despierta por el llanto desconsolado de Andrea. Parece haber una culpa imposible de comunicar entre la viva que se fue y la muerta que se quedó. Mark Fischer menciona algo sobre esto, cuando dice que lo importante sobre la figura del espectro es que no puede estar completamente presente: no es un ser en sí mismo pero señala una relación con lo que ya no es o con lo que todavía no puede ser.



La muerte no existe y el amor tampoco


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Emilia se deja llevar por los sucesos de la historia que la obligan a actuar, y avanza pasivamente en las que se presentan como posibles soluciones. Cada situación, cada escena, la atraviesa como si ella fuera el fantasma. Su poca dominio

en lo que se supone que le pertenece, y lo que la ata a lo que le solía pertenecer, le provoca una situación de no-lugar (the time is out of joint). Como vemos en la escena del almuerzo en la casa de su papá y su otra familia, Emilia le dice a su papá y a su madrastra que no está enamorada, que no cree mucho en eso de estar enamorada, que quizás sea algo que solo pase en el principio de la relación pero luego se apaga. Dice no tener tiempo para sus cosas, por el tiempo que le ocupa su trabajo y su pareja, a lo que la mujer de su papá le hace una pregunta que la descoloca: ¿esa que no es tu vida? 



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Los recursos formales más utilizado en el libro tiene un carácter contrario a lo utilizado en la película. Es decir, si en el libro la voz de Emilia es un despliegue constante en la película lo constante de Emilia es su silencio. Si la Emilia del libro es desmesurada con sus sentimientos, la Emilia de la película tiene una sobriedad ascética, casi cínica.

La voz en segunda persona de Emilia en Agosto es un intento de construir ese pasado que se fue, hacia ella misma y hacia Andrea. Como si nombrar el fantasma de su amiga le ayudase a reconstruir su propia vida, su propia adolescencia, su propia historia con su madre y con su ex novio Julian. Esto se adaptó sin que sea necesaria una voz en off, algo recurrente en películas basadas en libros de esta naturaleza. Esto se logra poniendo en escena de forma constante, silenciosa e irreflexiva a Andrea, ya que es una presencia que siempre está junto a ella. Solo ella puede verla, porque ella es Andrea. 

Quizás esta sensación puede ser definida por  Jacques Derrida, en el exordio de “Los espectros de Marx”: Entonces, habría que saber de espíritus. Incluso y sobre todo si eso, lo espectral, no es. Incluso y sobre todo si eso, que no es ni sustancia ni esencia ni existencia, no está nunca presente como tal. El tiempo del «aprender a vivir», un tiempo sin presente rector, vendría a ser esto, y el exordio nos arrastra a ello: aprender a vivir con los fantasmas.



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En el trabajo del duelo se debe admitir una primera conjuración: la muerte. Para que el duelo empiece este primer paso no debe ser omitido. 

El espectro, dice Derrida, es aquello incorpóreo paradójico, una forma encarnada del espíritu. Ni alma ni cuerpo, pero es las dos cosas a la vez. Espíritu y espectro no son lo mismo. El espectro es aquello que desafía lo que se cree saber en ontología, filosofía y psicoanálisis, porque precisamente no es. No hay ahí y sin embargo está. El efecto visera, como nos explica Derrida, es el espectro que ve y nos ve no verlo. El espectro puede mirar a través de nosotros, pero nosotros no podemos mirar a través de él. Así como el espectro del rey en "Hamlet" que se aparece por aquello que no ha sido resuelto; el espectro de Andrea aparece porque no ha sido resuelto eso que no se sabía que se debía resolver. 

El trabajo del duelo no es otra cosa que un proceso de ontologizar, metabolizar los restos de algo muerto, es decir, traer eso no material, hasta el aquí material. Hacerlo presente no solo en verbo, si no también en carne, en acciones. Pero eso que se trae siempre vuelve como algo extraño, por el mismo proceso de transformación que sufre por pasar de un estado hauntologíco, a un estado ontológico.



La muerte no existe y el amor tampoco

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Aunque el fantasma del libro y el de la película son el mismo fantasma, su evocación es distinta. La evocación del libro se nutre desde la nostalgia; el de la película desde la pérdida y el terror al futuro. Aquí se torna más figurativo, se hace presente, por la posibilidad de la puesta en escena. El fantasma del libro es puro lenguaje.



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Al perseguir a un fantasma cabe una primera conclusión: el fantasma también nos persigue. Un fantasma no se puede resolver.



La muerte no existe y el amor tampoco

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En ambos casos todo termina de la misma manera: nada se resuelve. Emilia vuelve a Buenos Aires, dejando todo, quizá, tal como lo había encontrado cuando volvió. Solo que ahora más manoseado, más propenso a una confusión, o a una falta de respuesta en lo que sea que Emilia esperaba responder al volver a Esquel. El pasado ocupa un lugar y no se puede cambiar, o no como se quiere cambiar. Las cosas que se dejan en un lugar del tiempo están destinadas a pudrirse o encarnar en fantasmas. 



Por Pedro Zelarayán



Bibliografía


  • Derrida, J. Los espectros de Marx (1998[1993]). Trota.

  • Engels, F; Marx, C. Manifiesto comunista (1984[1884]). Centenario.

  • Fisher, M. Los fantasmas de mi vida (2013). Caja Negra

  • Shakespeare, W. Hamlet (2015[1603]). Random house.

  • Paula, R. Agosto (2009). Entropía.




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